31 May
31May

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, teniendo en claro el principio y fundamento de nuestra vida, a saber: "El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales; se da respuesta al sentido del sufrimiento natural al hombre, al sentido de las enfermedades, del envejecimiento, de la muerte, de los logros y alegrías en la presente vida. 

Es fundamental conocer el motivo y razón de nuestra estadía en la tierra para darle sentido a nuestra vida, para comprendernos, para aceptar nuestras limitaciones naturales, y enfocarnos en alcanzar la bienaventuranza eterna. 

"Luego mi fin no son precisamente las riquezas, los honores, las delicias; representar un papel brillante en el mundo, lucir, gozar, sino principalmente y ante todo servir a Dios; y servirle, no a mi antojo y capricho, sino como Él quiere que le sirva." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales.

Cuando desconocemos la razón de nuestra vida, nos desubicamos, perdemos el sentido de vivir, la razón del matrimonio cristiano, la necesidad de la oración, de la frecuencia de los sacramentos, la necesidad real y verdadera que tenemos de Dios nuestro Señor en nuestra vida; buscamos satisfacer nuestras necesidades en lugares inadecuados. 

Por esto, queridos hermanos, requerimos de la asidua meditación de las verdades eternas, del conocimiento de la doctrina católica, del examen de conciencia para conocernos realmente, del tiempo de retiro espiritual; en síntesis, de llevar una vida católica. 

Imploremos el patrocinio de la augusta Madre de Dios, pidamos las gracias que necesitamos para cumplir con nuestras obligaciones de estado, roguemos por los vivos y difuntos, perseveremos en nuestros santos propósitos de amar y servir a Dios nuestro Señor. 

"No te ruego, que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, así como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos con tu verdad. Tu palabra es la verdad." San Juan XVII, 15. 


Dios te bendiga.



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