14 Feb
14Feb

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, debemos tener mucho cuidado de no aficionarnos al pecado mortal, porque en verdad, es un gran daño para nuestra salud espiritual, emocional, psicológica y conductual. 

El pecado nos roba las energías para todo lo bueno, nos acostumbra a la mediocridad espiritual, nos encadena a una vida de pecado, se arraiga en nuestra alma, justifica su presencia, y lo más grave, un pecado llama a otro pecado. "Un abismo llama a otro abismo". Salmo XLI, 8.

"En todo pecado, el hombre se deja influenciar por el seductor original. Todo pecador, al pecar, se pone del lado de los enemigos de Dios, siendo el diablo el primero de ellos. El pecador se somete al diablo cuando deja de obedecer a Dios. El hombre no puede salir de la siguiente alternativa: o se somete a Dios o queda sometido al diablo". Michael Schmaus, Teología Dogmática, tomo II, § 124, página 274. 

El pecado nos forma una ceguera espiritual, de tal suerte, que no veamos la gravedad a la que nos expone, el peligro de condenación eterna, la esclavitud al demonio por el renunciamiento a guardar la ley de Dios nuestro Señor. 

El pecado nos priva de la verdadera libertad de los hijos de Dios, nos hace extraviarnos del fin de nuestra existencia, y nos deja a merced de una vida meramente natural al quitarnos la gracia y amistad con Dios nuestro Señor. 

Tengámonos amor de caridad verdadera, amémonos en Jesucristo, ¿cómo amar a nuestro prójimo si yo mismo no me amo?, ¿cómo procurar el bien eterno de mi prójimo, si yo camino al infierno por el estado de pecado mortal?... 

Imploremos el patrocinio de la Santísima Virgen María, roguemos insistentemente aparte de nuestra vida el pecado mortal; supliquemos a la augusta Madre de Dios,   el privilegio de vivir en gracia de Dios, porque nada hay imposible para Dios ni para la mediación de la bienaventurada Virgen María.

"Tan dueña es María de los bienes de Dios, que da a quien quiere, cuanto quiere y como quiere todas las gracias de Dios, todas las virtudes de Jesucristo y todos los dones del Espíritu Santo, todos los bienes de la naturaleza, de la gracia y de la gloria." San Luis María G. de Montfort, "El amor de la sabiduría eterna", capítulo XVII, No. 207. 


Dios te bendiga.



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