21 Aug
21Aug

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, debemos acercarnos a nuestro Creador para implorar por nuestras necesidades, pues es un Padre amoroso, lleno de misericordia y de bondad, quien espera con paciencia a nosotros sus hijos para consolarnos, fortalecernos, y concedernos las gracias necesarias para nuestra eterna salvación.

Narra el Evangelio de san Marcos, como se presenta la curación milagrosa de un sordo y mundo: "Y le trajeron un sordo y mudo, y le rogaban que pusiese la mano sobre él. Y sacándole aparta de entre la gente, le metió los dedos en sus orejas: y escupiendo, le toco con su lengua: y mirando al cielo, gimió, y le dijo: Ephetha, que quiere decir: sé abierto. Y luego fueron abiertas sus orejas, y fué desatada la ligadura de su lengua, y hablaba bien." San Marcos VII, 32.  

Sin embargo, en no pocas ocasiones nuestras súplicas no tienen resultados como los quisiéramos, porque no sabemos pedir: "Pedís, y no recibís: y esto es porque pedís mal: para satisfacer vuestras pasiones. Adúlteros, ¿no sabéis qué la amistad de este mundo es enemiga de Dios? Cualquiera pues que quisiere ser amigo de este siglo, se constituye enemigo De Dios." Santiago IV, 3.  

"Cuando nuestra oración no es escuchada es porque pedimos aut mali, aut male, aut mala. Mali, porque somos malos y no estamos bien dispuestos para la petición. Male, porque pedimos mal, con poca fe o sin perseverancia, o con poca humildad. Mala, porque pedimos cosas malas, o van a resultar, por alguna razón, no convenientes para nosotros". San Agustín, la ciudad de Dios, XX, 22.  

Dios nuestro Señor, que conoce cada uno de los corazones, el pasado, el presente, y el futuro, sabe perfectamente lo que conviene para nuestra eterna salvación, nos concede favores en miras a nuestro bien eterno, aunque algunas veces resulta trabajoso para la vida temporal; y así, leemos que el apóstol san Pablo rogó al Señor en tres ocasiones le quitara el aguijón de la carne, el ángel de Satanás, y no le fue concedida su petición, con miras a mantenerlo en la humildad y recompensarle en la eterna bienaventuranza: 

"Y para que la grandeza de las revelaciones no me ensalce, me ha sido dado un aguijón de mi carne, el ángel de Satanás, que me abofetee. Y por esto rogué al Señor tres veces, para que se apartase de mí. Y me dijo: Te basta mi gracia: porque la virtud se perfecciona en la enfermedad." II Corintios XII, 7.

Por tanto, no debemos desconsolarnos si nuestras súplicas no son atendidas como quisiéramos, algunas veces no es lo mejor para nosotros, en otras ocasiones, esas dificultades son el medio de nuestra santificación, pero sobre todo, confiemos en Dios nuestro Señor que nos concede lo que más necesitamos, cuyas peticiones se encuentran perfectamente en la oración del Padre nuestro. 

San Agustín escribe que debemos pedir la buena voluntad misma, porque ella nos hace buenos: 

"Pedid la buena voluntad misma. ¿Acaso os hacen buenos las riquezas, los cargos públicos y otras cosas similares? Aunque son bienes, son los inferiores, de los que usan bien los buenos y mal los malos. La buena voluntad te hace bueno." San Agustín, sermón 105 A, 2.

Roguemos a la augusta Madre de Dios, nos conceda la buena voluntad, nos sostenga en la gracia, y nos conduzca a la eterna bienaventuranza. 


Dios te bendiga.



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