28 Jul
28Jul

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, una de las cosas que más desaniman en la vida espiritual es la reincidencia en el pecado, los errores, las recaídas; y es natural, pues el pecado siempre es una derrota, una ofensa a Dios, pero debemos tener la fortaleza para sobreponernos, para convertir esa falta, en experiencia de vida, en una mejor comprensión hacia nuestros semejantes, en mayor entrega a la oración por la conversión de los pecadores. 

El pecado debilita la voluntad, da fuerza a las pasiones, altera el orden de vida, frustra la vida espiritual, provocando un desequilibrio en nuestra relación con Dios nuestro Señor; sin embargo, nuestro Señor Jesucristo, muestra su amor y misericordia hacia nosotros, sus hijos pecadores, con la pronta disposición para perdonarnos en el sacramento de la confesión cuando nos presentamos con un corazón contrito y humillado, nos brinda su consuelo y su gracia para continuar el camino de nuestra vida con una mayor confianza en la Divina Providencia, y sobre todo, nos acerca más a su Sagrado Corazón, como ovejas heridas que necesitan de su cuidado y consuelo. 

"Y cuando los escribas, y los fariseos vieron que comía con los publicanos, y pecadores, decían a sus discípulos: ¿Por qué vuestro Maestro come, y bebe con los publicanos, y con los pecadores? Cuando esto oyó Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos: pues no he venido a llamar justos, sino pecadores." San Marcos II, 16. 

La finalidad de la Iglesia es la salvación eterna de las almas, continuar con la obra  de nuestro Señor Jesucristo, llamar a los hombres al reino de Dios, invitar a la gran boda, y esta labor sobrenatural, requiere revestirnos de la gracia santificante, apartarnos del estado de pecado, hacernos templos vivos de la Santísima Trinidad. 

"Cristo instituyo la Iglesia para continuar en todos los tiempos su obra salvadora (de fe)" Ludwig Ott, Manual de teología dogmática, página 418. 

Seamos dóciles al llamado del Pastor supremo de nuestra alma, busquemos con instancia nuestro bien eterno y temporal, procuremos nuestra salvación eterna, carguemos con nuestra cruz en pos de nuestro Señor Jesucristo. 

¿Qué hacemos con nuestro tiempo?, ¿en qué empleamos nuestra vida?, ¿qué estamos haciendo por nuestra salvación?... Procuremos apartarnos de lo que nos aparta de Dios, frecuentar los sagrados Sacramentos, acrecentar nuestra fe en la santa Misa, meditar con frecuencia en las verdades eternas, tener lectura espiritual, practicar las virtudes que más requerimos, examinar nuestra conciencia, tener la verdadera devoción a la santísima Virgen María. 

"Cuando tu corazón caiga, levántalo suavemente, humillándote mucho en la presencia de Dios con el conocimiento de tu miseria, sin asombrarte de tu caída, pues no es de admirar que la enfermedad sea enferma, la flaqueza sea flaca y la miseria miserable. Pero detesta con todo tu corazón la ofensa que has hecho a Dios, y lleno de valor y confianza en su misericordia, vuelve a emprender el camino de la virtud que habías abandonado." San Francisco de Sales, introducción a la vida devota; José Tissot, el arte de aprovechar nuestras faltas, capítulo I, página 18. 

Roguemos a la augusta Madre de Dios, nos ampare, defienda, y proteja con su manto maternal, nos conduzca a la eterna bienaventuranza, y nos libre de todo peligro. 


Dios te bendiga.



Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.