26 Jul
26Jul

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, hasta cuando nos decidiremos a entregarnos a nuestro Divino Redentor, a seguir su camino, a hacer su sagrada voluntad en nuestra vida, a llevar una vida católica, con la firme esperanza de alcanzar nuestra salvación eterna, de hacer a un lado los titubeos y las vacilaciones, los miedos e incertidumbres que restan energía en nuestra vida espiritual. 

"¿Cuándo, cuándo acabaré de decidirme? ¿Lo voy a dejar siempre para mañana? ¿Por qué no dar fin ahora mismo a la torpeza de mi vida?" San Agustín, Confesiones, libro VIII, capítulo XII, página 154. 

Normalmente en la vida espiritual se titubea, se busca el beneficio y la utilidad personal, al menos, se persigue la paz y el gozo sensible, lo cual impide una entrega total, pone una barrera para abrazar la voluntad de Dios en la prosperidad y sobre todo en la adversidad, se llega a pensar que se ha extraviado el camino cuando las cosas no resultan como se planearon, cuando las tentaciones y las dudas aumentan, sobre todo cuando hay equivocaciones o se presentan las caídas en el camino. 

Cada alma es distinta, tiene caminos diferentes, debe ser probada en el amor, y para ello debe perseverar, ayudarse de un director espiritual, no aficionarse a los consuelos sensibles, porque suele ser piedra de tropiezo, el demasiado buscarse a sí mismo en la vida espiritual, el buscar con demasiadas ansias el gozo sensible.

"Cristo fue también en el mundo despreciado de los hombres, y, entre grandes afrentas, desamparado de amigos y conocidos y en suma necesidad. Cristo quiso padecer y ser despreciado, ¿y tú te atreves a quejarte de alguna cosa? Cristo tuvo adversarios y murmuradores, ¿y tú quieres hacer a todos amigos y bienhechores? ¿Con qué se coronará tu paciencia, si ninguna adversidad se te ofrece? Si no quieres sufrir ninguna adversidad, ¿cómo serás amigo de Cristo? Sufre con Cristo y por Cristo si quieres reinar con Cristo." Imitación de Cristo II, I, 5. 

Ocupamos entregarnos, trabajar con inteligencia, ubicarnos en nuestra realidad, con el conocimiento de nuestras fortalezas, oportunidades, debilidades, y amenazas, apegados a nuestras obligaciones de estado y vocación particular, buscando en todo la mayor gloria de Dios desde nuestra condición, lugar, y circunstancias que nos ocupa. 

Roguemos a la augusta Madre de Dios, nos alcance las gracias necesarias para nuestra santificación, para perseverar en la vida espiritual, poniendo toda nuestra capacidad al servicio de Dios nuestro Señor. 


Dios te bendiga.



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