06 Sep
06Sep

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, la vida espiritual requiere trabajo, atención, perseverancia, para que podamos apreciar los frutos en nuestra alma; no cometamos el error de pensar que la perfección espiritual es producto del tiempo o que se alcanza sin esfuerzo, nada de eso, detrás de cada bienaventurado hay una historia de renuncias, de inmolación, de entrega, vivificada por el amor a Dios.

Hoy le toca a nuestra generación dar testimonio de la fe que profesamos a nuestro Divino Redentor, para lo cual, debemos renunciar libremente a lo que nos aparta de Dios, abrazar la voluntad del Autor de nuestra vida, hacer fructificar los dones y talentos que hemos recibido, luchar en la batalla sagrada por unirnos  a nuestro Señor Jesucristo. 

"Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: el que está en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto: porque sin mí no podéis hacer nada. El que no estuviere en mí será echado fuera, así como el sarmiento y se secará, y lo tomarán, y lo meterán en el fuego, y arderá. Si estuviereis en mí, y mis palabras estuvieren en vosotros, pediréis cuanto quisiereis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y en que seáis mis discípulos." San Juan XV, 5.   

Una de las grandes batallas es contra el pecado mortal, luchar porque la gracia de Dios habite en nosotros, en estar íntimamente unidos a nuestro Divino Salvador, lo cual corresponde a la primera etapa o vía de la vida espiritual, la parte purgativa, donde el alma con base en el esfuerzo personal y la gracia se aparta de todo aquello que lo separa de Dios. 

Por esto en el libro de Job leemos: "la vida del hombre es milicia", porque luchamos contra el mundo, el demonio, y la carne;  buscamos el reinado del Sagrado Corazón de Jesús en nuestra vida, lo cual es obra de mucha entrega, trabajo, y perseverancia, de sobreponernos a las flaquezas de la naturaleza humana, de mantenernos en las santas promesas del día de nuestro bautismo, para poder llegar a unirnos íntimamente con Dios nuestro Señor. 

"Luego mi fin no son precisamente las riquezas, los honores, las delicias; representar un papel brillante en el mundo, lucir, gozar, sino principalmente y ante todo servir a Dios; y servirle, no a mi antojo y capricho, sino como Él quiere que le sirva." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales. 

"Sano o enfermo, rico o pobre, sabio o ignorante, honrado o despreciado, con este o con aquel genio, con muchos o pocos dotes, aptitudes y talentos, puedo alabar, hacer reverencia y servir a Dios." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales. 

Debemos meditar con frecuencia las verdades eternas, reflexionar sobre el motivo de nuestra existencia, instruirnos en nuestra fe católica, fortalecernos con la confesión y con la sagrada comunión, asistir con fe a la santa misa, tener devoción a la Madre de Dios, implorar el patrocinio de los bienaventurados, estudiar nuestra fisonomía espiritual con el examen de conciencia, entregarnos a los ejercicios espirituales; todo esto para llevar el buen olor de Cristo, para estar unidos a nuestro Señor, a la manera de los sarmientos a la vid. 

Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne unirnos a su divino Hijo, ser devotos del sagrado Corazón de Jesús, llevando en nuestras obras el testimonio de nuestra santa fe. 


Dios te bendiga.


 

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