18 Jan
18Jan

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, cada uno de nosotros tiene una cruz que llevar y un sendero que recorrer, en el cual se va purificando nuestra alma, nos vamos acercando a Dios nuestro Señor, esto, si somos fieles a los mandamientos y a nuestras obligaciones de estado; claro que nuestro Señor en su infinita misericordia siempre nos espera, nos consuela, y nos perdona, para que alcancemos el reino de los cielos. 

"Venid a mí todos los que estáis trabajados, y cargados, y yo os aliviaré. Traed mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que manso soy, y humilde de corazón: y hallaréis reposo para vuestras almas. Porque mi yugo suave es, y mi carga ligera." San Mateo XI, 28. 

La vida tiene sentido cuando vivimos la fe revelada por Dios, cuando entendemos la fragilidad de la creación y lo cambiante de las criaturas, pues nuestra estadía en la tierra es tan solo un tránsito a la eternidad, es el lugar que en base a nuestra vida se determina la gloria o la reprobación eterna; por esto, vale la pena guardar los santos mandamientos, fructificar los dones que hemos recibido, cumplir nuestras obligaciones de estado, llevar con paciencia las fragilidades de nuestro prójimo. 

"Sano o enfermo, rico o pobre, sabio o ignorante, honrado o despreciado, con este o con aquel genio, con muchos o pocos dotes, aptitudes y talentos, puedo alabar, hacer reverencia y servir a Dios." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales. 

Este es el sentido de la vida: amar y servir a Dios nuestro Señor en la presente vida, para verle y gozarle eternamente en el cielo; aquí se resume la razón de nuestra existencia, en esto encontramos el motivo de nuestra estadía en la tierra; desde esta realidad las cosas transitorias y accidentales de la vida tienen otro sentido, las podemos entender en su justa dimensión, pues nuestra patria es el paraíso.

Lo más importante es nuestra salvación eterna, aprovecharnos de todas las circunstancias de la vida, para nuestro bien eterno, servirnos de las cosas del mundo para acercarnos a nuestro bien último, utilicemos nuestra inteligencia para que en la prosperidad y en la adversidad llevemos ganancia para nuestra salud espiritual. 

"Las cosas de este mundo fueron dadas al hombre para que le ayuden a conseguir su fin, que de ellas tanto debemos usar cuanto sirven al fin, y tanto dejar o quitar cuanto nos impiden." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales.

Hagamos un alto en nuestra vida, analicemos a la luz de la fe revelada por Dios nuestra manera de vivir, hacia donde nos estamos dirigiendo, que lugar ocupa Dios en nuestra existencia; en síntesis: ¿qué estamos haciendo con nuestra vida? 

Roguemos a la augusta Madre de Dios, grave en nuestra inteligencia y mueva nuestra voluntad para buscar en todo nuestro bien eterno, el bien de las almas, y el reinado social de nuestro Señor Jesucristo. 


Dios te bendiga.



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