11 May
11May

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, ¿por qué tener miedo a morir?, cuando es un hecho natural que nos va a acontecer en nuestra existencia, pero no es el fin de nuestra vida, sencillamente es la separación del alma del cuerpo, el cual se corrompe y se convierte en polvo, mientras el alma subsiste, enfrenta el juicio particular ante nuestro Dios, y recibe la sentencia eterna, que esperamos sea la bienaventuranza. 

Sin olvidar que al final de los tiempos nuestro cuerpo resucitara y se volverá a unir con nuestra alma para la eternidad, de tal manera que la muerte es un paso obligado para la eternidad, lo cual debe movernos a vivir en gracia de Dios, a cumplir nuestras obligaciones de estado, a acrecentar nuestros dones y talentos que hemos recibido, de tal manera, que el día de nuestra muerte, que es incierta en el día y la hora, estemos preparados para entrar en el reino de los cielos. 

"Todos los hombres, que vienen al mundo con pecado original, están sujetos a la ley de la muerte (de fe; Dz 789)" Ludwig Ott, Manual de teología dogmática, página 695.

Muchas almas conciben la muerte como una desgracia, un tanto indeseable, cuando debemos ocuparnos en vivir en gracia de Dios, para que el día y la hora en que nos llegue el momento de partir de este mundo, podamos entrar en las mansiones eternas a gozar de la casa del Padre; por esto, vale la pena esforzarse en llevar una vida católica.

"Bienaventurados los que se alegran de entregarse a Dios, y se desembarazan de todo impedimento del mundo." Imitación de Cristo, III, I, 1. 

En el estado de vida que hallamos elegido, en las circunstancias particulares que nos acontezcan, podemos y debemos buscar la salvación eterna de nuestra alma y la de nuestro prójimo; luego entonces, en vez de espantarnos ante la realidad de la muerte, debemos prepararnos para ella, invocar el auxilio del señor san José para que nos conceda una muerte acompañada de los auxilios de la Iglesia, implorar la misericordia de Dios para que nos conceda la gracia de la santa perseverancia. 

El demonio, y algunas veces nuestro amor propio, suelen infundir en nuestra alma el desaliento ante la vista de nuestras miserias humanas, ante nuestras caídas y recaídas en el camino de nuestra vida, haciéndonos creer que nunca podremos salir de ciertos círculos viciosos que nos apartan de la gracia de Dios, apartándonos de la vida espiritual, del estado de gracia, del combate cotidiano por preservarnos de la corrupción del siglo. 

"Sano o enfermo, rico o pobre, sabio o ignorante, honrado o despreciado, con este o con aquel genio, con muchos o pocos dotes, aptitudes y talentos, puedo alabar, hacer reverencia y servir a Dios." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales. 

Nadie, mientras este en este mundo, está exento de amar y servir a Dios nuestro Señor, ni debe olvidar el fin nobilísimo para el cual hemos sido creados, a saber: vivir eternamente en el cielo.

"Cuando tu corazón caiga, levántalo suavemente, humillándote mucho en la presencia de Dios con el conocimiento de tu miseria, sin asombrarte de tu caída, pues no es de admirar que la enfermedad sea enferma, la flaqueza sea flaca y la miseria miserable. Pero detesta con todo tu corazón la ofensa que has hecho a Dios, y lleno de valor y confianza en su misericordia, vuelve a emprender el camino de la virtud que habías abandonado." San Francisco de Sales, introducción a la vida devota; José Tissot, el arte de aprovechar nuestras faltas, capítulo I, página 18.

Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne concedernos la perseverancia final, nos ayude en los días oscuros de nuestra vida, nos dé la fortaleza para levantarnos, nos otorgue la dicha de ayudar a nuestro prójimo a salvar su alma junto con la nuestra, y mediante esto, alcancemos la eterna bienaventuranza. 


Dios te bendiga.



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