12 Sep
12Sep

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, mientras estemos en esta vida, debemos combatir contra los enemigos de nuestra salvación eterna, a saber: el mundo, el demonio, y la carne; contra ellos tenemos el libre albedrío, la asistencia de la gracia de Dios, la comunión de los Santos, los Sacramentos, la armadura de la fe.

Tenemos libertad de obrar, la cual se sujeta a nuestra voluntad ilustrada por el entendimiento, nuestra razón debe instruirse y sujetarse a la fe para que obre en consecuencia; de tal manera que el libre albedrío que tenemos sea movido por una voluntad ejercitada en la virtud, e instruida por las verdades reveladas por Dios nuestro Señor y propuestas por la Iglesia para ser creídas como tales. 

De aquí la importancia de saber perfectamente lo que somos, para que hemos sido creados, cual es el fin de nuestra existencia; lo cual podemos alcanzar con la instrucción religiosa y con la meditación de las verdades eternas; san Ignacio de Loyola insistió en la importancia de los ejercicios espirituales para llegar al dominio de nosotros mismos, para tener las razones claras para nuestra salvación eterna. 

Es tiempo de despertar, de tomar las riendas de nuestra vida, de trabajar por nuestra salvación eterna, ¿si no es ahora, cuándo será?... Independientemente de la historia que tengamos, de lo accidentado que pueda ser nuestro camino, debemos vivir católicamente, ¡este es nuestro momento!, lo cual reclama salir de la zona de confort, ponerse a trabajar, mover a la voluntad, hacer reformas de costumbres, en síntesis, vivamos bien y serán buenos los tiempos. 

“Vivamos bien, y serán buenos los tiempos. Los tiempos somos nosotros; como somos nosotros, así son los tiempos.” San Agustín, sermón LXXX. 

Santa Teresa de Jesús, no aceptaba entre sus religiosas a las pusilánimes, a las tibias, porque no estaban dispuestas a buscar el Reino con una determinada determinación. 

No esperemos a que alguien haga nuestro trabajo, nuestra reforma de costumbres, nuestra transformación, para eso nos han concedido la vida y el tiempo que tenemos, para amar y servir a Dios nuestro Señor, y haciendo esto alcanzar la bienaventuranza eterna. 

"¿Cuándo, cuándo acabaré de decidirme? ¿Lo voy a dejar siempre para mañana? ¿Por qué no dar fin ahora mismo a la torpeza de mi vida?" San Agustín, confesiones, capítulo XII, página 154.

Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne sacudirnos, despertarnos del letargo espiritual, para trabajar en nuestra santificación el tiempo que la Divina Providencia nos conceda. 


Dios te bendiga.


 

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