09 May
09May

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, debemos aprender a vivir católicamente en este mundo, en las condiciones particulares que nos hallan tocado vivir, bajo las circunstancias singulares que atravesemos, de tal manera que nos aprovechemos de la prosperidad y la adversidad para amar y servir a Dios nuestro Señor, como Él quiere ser amado. 

La vida del hombre sobre la tierra es milicia, dice el santo Job; y en la salve se reza: en este valle de lágrimas, porque sencillamente estamos de paso a la eternidad, nos encontramos en un periodo de prueba que termina con nuestra muerte, donde seremos juzgados por el Autor de nuestra vida, donde esperamos alcanzar la eterna bienaventuranza. 

Es así, que poco aprovecha el estarnos quejando de todo lo que no tenemos, el justificarnos en que las cosas no son como antes, el paralizarnos porque no tenemos las condiciones de vida que quisiéramos o en las que estribamos nuestra salud espiritual; sencillamente somos el fruto de nuestras obras, sabedores de que Dios nuestro Señor nunca niega su gracia para quien se la pide, porque nunca abandona a sus hijos que imploran su socorro.

"Sano o enfermo, rico o pobre, sabio o ignorante, honrado o despreciado, con este o con aquel genio, con muchos o pocos dotes, aptitudes y talentos, puedo alabar, hacer reverencia y servir a Dios." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales. 

Las cosas son muy sencillas, debemos amar y servir a Dios nuestro Señor con nuestras obras, cumplir con nuestras obligaciones de estado, acrecentar los dones y talentos que hemos recibido, llevar con paciencia las flaquezas y miserias de nuestra humana naturaleza y la de nuestros prójimos; para lo cual es fundamental la oración, la meditación de las verdades eternas, el estudio de nuestra fe católica, el santo rosario, la frecuencia de los sacramentos, la devoción a la bendita Madre de Dios; recordando que a lo imposible, nadie está obligado. 

La prosperidad y la adversidad en la presente vida pasan con el tiempo, pero Dios nunca cambia, el cielo eterno es para nosotros, y debemos luchar como valerosos soldados por nuestra santificación, por apartarnos del pecado mortal, por buscar ante todo nuestro bien eterno y temporal.

"Bienaventurados los que se alegran de entregarse a Dios, y se desembarazan de todo impedimento del mundo." Imitación de Cristo, III, I, 1. 

Busquemos tiempo y lugar a propósito para la oración cotidiana, para entregarnos al diálogo con Dios nuestro Señor, pensemos con frecuencia en los beneficios que hemos recibido de la Divina Providencia, en las penalidades que podemos tener para ofrecérselas a Nuestro Divino Redentor; en síntesis, no quejarnos a cada paso, ni culpar al universo mundo de nuestras carencias, sino aprovecharnos de todo para merecer la gloria eterna. 

Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne concedernos la fortaleza, la inteligencia, y la perseverancia para alcanzar la eterna bienaventuranza. 


Dios te bendiga.



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