08 Feb
08Feb

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, los errores, las caídas, las limitaciones propias de nuestra naturaleza humana no deben amedrentarnos, ni hacer que abandonemos el camino de nuestra salud espiritual, pues debemos estar conscientes, que vivimos en un combate permanente contra el mundo, el demonio, y la carne; tres enemigos que hacen alianza para apartarnos del reino de los cielos, pues la tierra que habitamos solo es un tránsito a la eternidad, que en  el juicio que hemos de tener después de nuestra muerte, se ha de definir nuestro destino, o cielo eterno o infierno.

"Inmediatamente después de la muerte tiene lugar el juicio particular en el cual el fallo divino decide la suerte eterna de los que han fallecido (sentencia próxima a la fe)." Ludwig Ott, manual de teología dogmática, página 697. 

Tenemos solo una vida para salvarnos, la cual debemos aprovecharla, de tal manera que nos sirvamos del mundo para alcanzar el reino de los cielos, aun de los mismos errores, fracasos, y descalabros podemos sacar ventaja para fundarnos en la santa virtud de la humildad, de la caridad, para confiar más en Dios nuestro Señor. 

Por tanto, el verdadero problema, el mal que debemos evitar, es el pecado mortal en nuestra vida, porque si vivimos habitualmente apartados de la gracia de Dios, y morimos en estado de pecado mortal, irremediablemente la sentencia final será de infierno eterno, pues fue nuestra elección libremente elegida durante nuestra vida.

"El pecado mortal es el mal, y, a decir verdad, el único mal, que existe, ya que todos los otros no son sino consecuencia o castigo de él." Tanquerey, manual de teología ascética y mística, no. 714, II.

Y es aquí, donde debemos estar conscientes de nuestra realidad, del fin y motivo de nuestra estadía en la tierra, de donde resulta la necesidad de la oración, la frecuencia de los sagrados sacramentos, la devoción a la Madre de Dios, el llevar una vida católica con profesionalidad, el deseo de acrecentar los dones y talentos que hemos recibido, el vivir nuestra fe católica acomodada a nuestras condiciones particulares de una manera auténtica, evitando las simulaciones y apariencias que tanto daño nos hacen.

"Bienaventurados los que se alegran de entregarse a Dios, y se desembarazan de todo impedimento del mundo." Imitación de Cristo, III, I, 1.

Por lo cual, no debe desfallecer nuestro corazón ante los reveses de la vida, ante las tribulaciones que cada uno debemos atravesar, ante los mismos errores que podamos cometer; antes al contrario, sacar provecho de verdadera humildad para reconocer nuestra miseria y recurrir a la misericordia de Dios en busca de su gracia para que nos sostenga y nos ayude en lo que nosotros no podemos hacer. 

Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne infundir en nuestros corazones el fuego del amor divino, que nos sostenga en nuestros días aciagos, y nos conceda la perseverancia final. 


Dios te bendiga.



Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.