19 Jan
19Jan

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, nosotros hemos sido creados por el mismo Dios para vivir eternamente en el cielo, pero hemos sido dotados del libre albedrío para decidir con base en nuestras obras entre el cielo y el infierno, pues el mismo Autor de la vida respeta nuestra libertad, aunque siempre nos auxilia con los medios necesarios para alcanzar el reino de los cielos. 

¿Qué hacemos con nuestra libertad?, ¿guardamos los mandamientos, cumplimos con nuestras obligaciones de estado?, ¿correspondemos a la gracia, fructificamos los talentos que hemos recibido?... Solamente Dios nuestro Señor, que conoce lo más profundo del corazón, conoce perfectamente nuestra vida, obras y trabajos.

"¡Tarde te amé, Belleza siempre antigua y siempre nueva! Tarde te amé. Tú estabas dentro de mí, pero yo andaba fuera de mí mismo, y allá afuera te andaba buscando." San Agustín, Confesiones, libro X, capítulo XXVII. 

Es muy conveniente hacer un alto en nuestra vida para entregarnos a la meditación de las verdades eternas, para revisar nuestra conciencia, para analizar el camino que estamos siguiendo, para entender que es lo que estamos haciendo con nuestra vida, y hacer los ajustes pertinentes en bien de nuestra salud espiritual.

"Una sola cosa he pedido al Señor, esta volveré a pedir, que more yo en la casa del Señor todos los días de mi vida." Salmo XXVI, 4. 

La situación es muy sencilla, cada uno tenemos un alma que salvar, mandamientos que observar, obligaciones de estado que cumplir, dones y talentos que fructificar en el día a día de nuestra vida; es aquí donde el uso de la libertad es fundamental para determinar nuestro fin último: el cielo o el infierno eterno. 

Sin embargo, no debemos desalentarnos ante nuestras miserias, antes al contrario, debemos implorar la misericordia de Dios, entregarnos a la oración, a la práctica de la virtud, debemos empezar cada día una nueva esperanza de refrenar nuestra concupiscencia para servir a Dios nuestro Señor con la libertad de los hijos de Dios.

"Cuando tu corazón caiga, levántalo suavemente, humillándote mucho en la presencia de Dios con el conocimiento de tu miseria, sin asombrarte de tu caída, pues no es de admirar que la enfermedad sea enferma, la flaqueza sea flaca y la miseria miserable. Pero detesta con todo tu corazón la ofensa que has hecho a Dios, y lleno de valor y confianza en su misericordia, vuelve a emprender el camino de la virtud que habías abandonado." San Francisco de Sales, introducción a la vida devota; José Tissot, el arte de aprovechar nuestras faltas, capítulo I, página 18. 

Queridos hermanos, tenemos tiempo para reformar nuestra vida, aprovechemos el tiempo que Dios nos concede para utilizarlo en bien de nuestra salud espiritual, de tal manera que vivamos como si fuera el último día de nuestra estadía en la tierra, como si estuviéramos prontos a entregar cuentas a nuestro Señor, como peregrinos que somos en la tierra y desconocemos el día y la hora en que hemos de morir. 

Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne despertarnos de la somnolencia espiritual, mover nuestra voluntad para buscar en todo agradar a nuestro Señor, y nos alcance la perseverancia final. 


Dios te bendiga.



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