24 Feb
24Feb

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, mucho nos aficionamos, apasionamos, e inmiscuimos en los cuidados temporales, y no sin razón, pues de ellos depende parte de nuestra subsistencia; pero, recordemos que todo termina con la muerte, donde hemos de entregar cuentas a Dios nuestro Señor, y recibir nuestro destino eterno. 

La muerte es incierta en su día y en su hora, pero segura en su presencia por nuestra vida, ¿Qué hacemos realmente por la eterna bienaventuranza?... "Porque ¿qué aprovecha al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?" San Mateo XVI, 26. 

Tanto afanarse por los asuntos temporales, que en ocasiones llegan a consumirnos, a absorber nuestra vida entera, ¿y, la eternidad dónde queda?... Nuestro bien eterno llega a sufrir menoscabo, o queda francamente abandonado por las ocupaciones terrenas, e incluso, llegamos a exponernos a la condenación eterna por una vida en pecado habitual.

Debemos procurar ponernos límites sanos, usar de las cosas del mundo para bien de nuestra salvación eterna, vivir como peregrinos que somos en esta tierra, meditando con frecuencia el motivo de nuestra existencia, a saber: "El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma." San Ignacio de Loyola, 'ejercicios espirituales'. 

Cuidemos de nuestra salud espiritual, pidamos a Dios las gracias necesarias para ocuparnos en vivir cristianamente, para poner orden en nuestra vida, para marcar límites, para aprender a decir que no cuando halla menester, para vivir la caridad bien entendida. 

Meditemos las siguientes tres sentencias de San Ignacio de Loyola, consignadas en sus 'ejercicios espirituales'.

  • "Luego no soy criado para alabarme, honrarme, servirme y regalarme, sino para alabar, hacer reverencia y servir a Dios." 

  • "Luego mi fin no son precisamente las riquezas, los honores, las delicias; representar un papel brillante en el mundo, lucir, gozar, sino principalmente y ante todo servir a Dios; y servirle, no a mi antojo y capricho, sino como Él quiere que le sirva." 

  • "Sano o enfermo, rico o pobre, sabio o ignorante, honrado o despreciado, con éste con aquél genio, con muchos o pocos dotes, aptitudes y talentos, puedo alabar, hacer reverencia y servir a Dios." 

Imploremos el auxilio de la bienaventurada siempre Virgen María, recurramos a su infinito amor maternal, ejercitémonos en vivir la verdadera devoción a la augusta Madre de Dios. 

"Tan dueña es María de los bienes de Dios, que da a quien quiere, cuanto quiere y como quiere todas las gracias de Dios, todas las virtudes de Jesucristo y todos los dones del Espíritu Santo, todos los bienes de la naturaleza, de la gracia y de la gloria." San Luis María G. de Montfort, "El amor de la sabiduría eterna", capítulo XVII, No. 207. 


Dios te bendiga.




Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.