14 May
14May

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, si en el pasado hemos sido motivo de escándalo, de malos ejemplos, o de incitación a quebrantar la santa ley de Dios, debemos reparar en la medida de nuestras posibilidades, pero sobre todo, con nuestra manera de vivir, tratemos de reparar con nuestros buenos ejemplos el mal que hayamos hecho. 

De humanos es errar, equivocarse, extraviarse en el camino de nuestra eterna salvación, pero de hombres de Dios es enmendarnos, corregirnos en el día a día, purificarnos con los sagrados sacramentos, con las obras hechas con recta intención en estado de gracia. 

Algunas almas no se perdonan los extravíos que han cometido en su vida, muchas veces nuestro amor propio y el amor a nuestra propia excelencia no admite que hallamos errado en el camino hacia la patria eterna, formándose un resentimiento o un sutil reclamó hacia Dios nuestro Señor por las malas decisiones que pudimos haber tomado con nuestra libre elección. 

Se requiere humildad, valentía, y determinación, para corregir nuestros errores, para aceptar que no somos perfectos, que somos vulnerables, para reconocer que somos simples seres humanos, con las fragilidades propias de nuestra naturaleza, con limitaciones, defectos, debilidades, y miserias, connaturales al ser humano. 

"Yo soy la vid, vosotros los sarmientos, el que está en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto: porque sin mí no podéis hacer nada." San Juan XV, V. 

Cuando nos envanecemos, cuando nos creemos perfectos, que nadie nos puede corregir, e incluso, podemos llegar a convencernos de que somos la quintaesencia de la perfección, corremos el riesgo de que Dios nos permita ver nuestra soberbia, dejándonos a nuestras propias fuerzas, olvidándonos que sin Dios nada podemos hacer.  

"Puede definirse la humildad diciendo ser: una virtud sobrenatural que, por medio del conocimiento exacto de nosotros mismos, nos inclina a estimarnos justamente en lo que valemos, y a procurar para nosotros la oscuridad y el menosprecio." Tanquerey, compendio de teología ascética y mística, página 724, no. 1127.

Por esto la santa virtud de la humildad nos es tan necesaria para el fundamento de nuestra vida espiritual, reconocer que por nuestras propias fuerzas no podemos alcanzar la eterna bienaventuranza, que requerimos del auxilio de la gracia que se nos concede en los sacramentos, en la oración, en la meditación de las verdades eternas, en la verdadera devoción a la santísima Virgen María. 

Grave daño nos ocasiona el amor exacerbado de nosotros mismos, el colocarnos en el alfa y el omega, por esto dice una sentencia: es más grato a los ojos de Dios, un pecador arrepentido, que un justo soberbio. 

Tomemos la firme resolución de estudiar las limitaciones propias de nuestra naturaleza humana en orden a la salvación eterna, en orden a la gracia; y la necesidad fundamental que tenemos de la asistencia divina para toda obra grata a los ojos de Dios nuestro Señor; recordemos que la soberbia fue la que precipito a Luzbel en los infiernos, y la humildad la que exaltó a nuestra Señora al decir: he aquí la esclava del Señor.

¿Qué de bueno podemos tener que no hallamos recibido de Dios?, los dones y talentos que hallamos recibido se los debemos al Autor de nuestra vida, debiendo hacerlos fructificar para bien de nuestra salud espiritual, y para la salvación eterna de nuestros prójimos. 

Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne bendecirnos, fundarnos en la santa virtud de la humildad, trabajar con esmero en hacer crecer nuestros dones y talentos, para bien nuestro, para bien de nuestros hermanos, y esto, unido a la perseverancia final, alcancemos la gloria eterna. 


Dios te bendiga.


    

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