03 May
03May

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, en la vida espiritual acontece lo que en la vida humana, donde hay altibajos, días de gozo y de penalidades, a pesar de los cuales debemos perseverar, ser lo suficientemente fuertes para no abatirnos ante las noches oscuras, ante las desolaciones, e incluso ante las caídas y recaídas de nuestra humana naturaleza.

Algunas veces llegamos a concebir la vida del espíritu como un permanente gozo espiritual, aterrándonos las desolaciones, las arideces espirituales, llegando incluso a aficionarnos tanto a la parte sensible, que nos olvidamos que debemos buscar al Dios de los consuelos y no los consuelos de Dios nuestro Señor. 

Dios permite las caídas respetando la libertad de la cual gozamos para elegir entre lo que propone nuestra fe católica y lo que se opone a ella, teniendo el autor de nuestra vida, la omnipotente sabiduría para que de los males obtenga bienes, sobre todo para que aprendamos a desconfiar de nosotros mismos, para no llenarnos de vanagloria, para confiar en la gracia de Dios, para fundarnos en la santa virtud de la humildad. 

"Porque siete veces caerá el justo, y siempre volverá a levantarse; al contrario, los impíos se despeñarán más y más en el mal." Proverbios XXIV, 16. 

Regularmente a los principios de nuestro camino espiritual, sentimos gran gozo espiritual, llegando el momento en que llega este a desaparecer, e incluso ha causar hastío o repulsión o indiferencia, pero ese es el momento del cual debemos servirnos para crecer, para buscar puramente a Dios por ser quien es, para servirle no por lo que nos da, sino por ser quien es, porque lo amamos independientemente de lo que nos pueda consolar.

"Sano o enfermo, rico o pobre, sabio o ignorante, honrado o despreciado, con este o con aquel genio, con muchos o pocos dotes, aptitudes y talentos, puedo alabar, hacer reverencia y servir a Dios." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales.

Bien nos instruye el santo Job: si de Dios hemos recibido los bienes, porque no hemos de recibir los males, de tal suerte que no nos hagamos mercenarios, o buscando la religión católica para beneficiarnos de ella, para única y exclusivamente buscar nuestro beneficio, olvidándonos por completo que hemos sido creados para amar y servir a Dios nuestro Señor conforme a nuestros dones y talentos en la guarda de los mandamientos, y no para servirnos de Dios para nuestro provecho personal. 

Por lo cual no debemos desconsolarnos o contristarnos porque nuestras súplicas no son atendidas como nosotros quisiéramos, porque solo Dios conoce el camino que hemos de recorrer, las adversidades que debemos afrontar, todo conforme a los dones y talentos que hemos recibido para mejor amar y servir a Dios nuestro Señor. 

"Luego mi fin no son precisamente las riquezas, los honores, las delicias; representar un papel brillante en el mundo, lucir, gozar, sino principalmente y ante todo servir a Dios; y servirle no a mi antojo y capricho, sino como Él quiere que le sirva." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales. 

Debemos pues, servir a Dios y no servirnos de Dios, inmolarnos en nuestro día a día como incienso quemado que llegue nuestra oblación hasta la presencia de Dios, buscando principalmente la mayor honra y gloria de Dios nuestro Señor, aprovechándonos de todas las vicisitudes que acontezcan en nuestra vida para cumplir con el fin para el cual hemos sido creados, para merecer con la gracia de Dios la bienaventuranza eterna. 

Roguemos a la Bienaventurada Virgen María, nos alcance las gracias necesarias para inmolarnos en la presente vida, para hacer buen uso de nuestros dones y talentos, para vivir en gracia y amistad con su Divino Hijo, y así, después de la presente vida alcanzar la eterna bienaventuranza. 


Dios te bendiga.


   

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