27 Feb
27Feb

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, el mundo tiende a envolvernos y hacernos olvidar del fin de nuestra existencia, a pensar únicamente en las necesidades presentes, a absorbernos en las cuestiones terrenas; para lo cual, le sirven de herramientas, las prisas, las angustias, la simulación, las soluciones aparentes, el activismo colectivo. 

Cuando caemos en este sistema, descuidamos nuestra salud espiritual, los medios de santificación, perdemos precisión en nuestra mirada sobrenatural.

La caridad bien entendida comienza por uno mismo, debemos iniciar por nuestra salud espiritual; compromisos hay muchos, pero no todos son prioritarios, algunos se utilizan para rehuir del fin de nuestra existencia, a saber: "El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma." San Ignacio de Loyola, 'ejercicios espirituales'. 

Estando bien nosotros, lo demás se irá reflejando de manera natural, acomodando conforme a nuestra misión particular, llegando a la plenitud de nuestra vida por el fruto de la perseverancia.

Es un error, algunas veces bien intencionado, el ocuparnos de la vida ajena, descuidando la propia; así como, el activismo que huye del encuentro con uno mismo y de atender a la salud personal. 

Procuremos en la medida de nuestras posibilidades y condiciones de vida, dedicar cada día un tiempo para la oración, la meditación de las verdades eternas, el examen de conciencia, invocar a la bienaventurada Virgen María, implorar la intercesión de los Santos, instruirnos en la doctrina católica. 

"No pierdas, hermano, la confianza de aprovechar en las cosas espirituales; aún tienes tiempo y ocasión. ¿Por qué quieres dilatar tu propósito? Levántate y comienza en este momento y di: Ahora es tiempo de obrar, ahora es tiempo de pelear, ahora es tiempo conveniente para enmendarme." Imitación de Cristo I, XXII, 4. 

Infinita es la misericordia de Dios nuestro Señor para perdonarnos, y darnos los medios necesarios para enmendar nuestra vida, reparar los errores, santificarnos en el cumplimiento de nuestra misión. 

Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne bendecirnos, amparadnos y alcanzarnos las gracias necesarias para nuestra realización en la tierra y salvación eterna; imploremos la intercesión de los bienaventurados, perseveremos en la reforma de nuestra vida.

"Tan dueña es María de los bienes de Dios, que da a quien quiere, cuanto quiere y como quiere todas las gracias de Dios, todas las virtudes de Jesucristo y todos los dones del Espíritu Santo, todos los bienes de la naturaleza, de la gracia y de la gloria." San Luis María G. de Montfort, "El amor de la sabiduría eterna", capítulo XVII, No. 207. 


Dios te bendiga.



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