30 Sep
30Sep

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, cada uno de nosotros estamos llamados a vivir eternamente en el cielo, pues, nuestra patria es el paraíso, hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, el fin de nuestra estadía en la tierra la ha puesto el Autor de nuestras vidas, a saber: "El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales. 

Nosotros tenemos libre albedrío, por lo cual tenemos la libertad de vivir conforme al fin de nuestra existencia en la tierra, o apartarnos de él, y es aquí donde se establece un dilema que perdura toda la vida, entre obedecer la ley de Dios, o mantenerse al margen, sencillamente porque existe la libertad de obrar.  

"La voluntad humana sigue siendo libre bajo el influjo de la gracia eficaz. La gracia no es irresistible (de fe)." Ludwig Ott, manual de teología dogmática, página 377.

El problema surge cuando nuestros actos libres tienen consecuencias en la vida presente y en la eternidad, porque existe el cielo para los que mueren en gracia de Dios, y el infierno para quien llegado el momento de su muerte se encuentra en pecado mortal. 

  • "Las almas de los justos que en el instante de la muerte se hallan libres de toda culpa y pena de pecado entran en el cielo (de fe)." Ludwig Ott, manual de teología dogmática, página 699. 

  • "Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal van al infierno (de fe)." Ludwig Ott, manual de teología dogmática, página 703.      

En definitiva, mientras estamos en la presente vida, nos encontramos entre el cielo y el infierno, entre cumplir el fin de nuestra existencia o apartarnos de él por la libertad que tenemos, con la cual hemos nacido, la cual es parte fundamental de nuestra naturaleza, de la cual depende el mérito o demérito.    

Esta disyuntiva, que se origina entre guardar los mandamientos sosteniendo la fe revelada por Dios nuestro Señor y propuesta por la Iglesia, [la cual se encuentra sucintamente resumida en el credo], o mantenernos al margen o distante de ella, es lo que origina una lucha hacia el interior de nosotros, sumado a los intereses del alma y el cuerpo, que son nuestros componentes. 

Nuestra alma tiene intereses contrarios a los de nuestro cuerpo, así estamos configurados, por esto es fundamental, conocernos, entendernos, comprender el principio y fundamento de nuestra existencia, el fin de nuestra estadía en la tierra, la inmortalidad de nuestra alma, el fin nobilísimo al cual estamos llamados, donde juega un papel preponderante el uso del libre albedrío.  

"Porque la carne codicia contra el espíritu: y ese espíritu contra la carne: porque estas dos cosas son contrarias entre sí: para que no hagáis todas las cosas que queréis... Las obras de la carne están patentes: como son fornicación, impureza, deshonestidad, lujuria, idolatría, hechicerías, enemistades, contiendas, celos, iras, riñas, discordias, sectas, envidias, homicidios, embriagueces, glotonerías y otras cosas como estas, sobre las cuales os denuncio, como ya lo dije: Que los que tales cosas hacen, no alcanzarán el reino de Dios. Más el fruto del espíritu es: caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe modestia, continencia, castidad. Contra estas cosas no hay ley. Y los que son de Cristo, crucificaron su propia carne con sus vicios y concupiscencias." Gálatas V, 17. 

Somos libres en definitiva, podemos aceptar la fe o mantenernos al margen, es una de las cualidades de nuestra libertad, pero una vez que hayamos dominado nuestro cuerpo al dominio de la razón, y ésta a la de la fe, alcanzamos la plenitud, la libertad de los hijos de Dios, porque nos constituimos de una sola pieza, cumpliendo con el fin de nuestra existencia, dando fruto de nuestros dones y talentos, cumpliendo nuestras obligaciones de estado, y teniendo la gracia de Dios en nuestra vida. 

Roguemos a la augusta Madre de Dios, alumbre nuestro entendimiento, mueva nuestra voluntad, sujete nuestra concupiscencia, para alcanzar la realización en la presente vida, y la eterna bienaventuranza después del juicio particular. 


Dios te bendiga.



                                                                                                               

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