01 Feb
01Feb

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, los seres humanos somos un compuesto de alma y cuerpo, integrados por una parte espiritual que subsiste después de la separación por la muerte del cuerpo, la cual como más sublime debemos cuidar de manera especial en miras al fin de nuestra existencia y razón de nuestra estadía en la tierra, a saber: amar y servir a Dios nuestro Señor por sobre todas las cosas, para verle y gozarle eternamente en el cielo. 

Debemos cuidar de nuestra salud espiritual, principalmente viviendo en gracia de Dios, fortaleciéndonos con la frecuencia de los sacramentos, entregándonos al retiro espiritual, a la oración frecuente, a la lectura espiritual, sin descuidar nuestras obligaciones de estado, así como el aumento de los dones y talentos que hemos recibido. 

"Luego mi fin no son precisamente las riquezas, los honores, las delicias; representar un papel brillante en el mundo, lucir, gozar, sino principalmente y ante todo servir a Dios; y servirle, no a mi antojo y capricho, sino como Él quiere que le sirva." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales. 

Por esta razón es muy importante entregarnos a la meditación de las verdades eternas, entender el motivo de nuestra estadía en la tierra; una vez comprendido nuestro fin último, la vida tiene un sentido católico, una cosmovisión cristiana de la existencia, y en definitiva es un trabajo personal, una labor de mucho tiempo, pues estamos hablando de aprender a vivir como hijos de Dios. 

Independientemente del estado de vida que tengamos, de las condiciones particulares, de nuestra edad, condición física, dones y talentos, estamos llamados a vivir eternamente en el cielo; entendiendo esto, nuestra vida tiene una razón de existir. 

"Sano o enfermo, rico o pobre, sabio o ignorante, honrado o despreciado, con este o con aquel genio, con muchos o pocos dotes, aptitudes y talentos, puedo alabar, hacer reverencia y servir a Dios." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales. 

Aprovechemos el tiempo que tenemos, las muchas o pocas energías con que contamos, utilicemos las circunstancias prósperas o adversas que atravesemos para entregarnos a llevar una vida espiritual acomodada a nuestro estado y condición, recordando que tenemos un llamamiento irrenunciable a la eternidad, que estamos constituidos de tal manera que puede habitar en nuestra alma el mismo Dios por la gracia. 

"Jesús respondió, y le dijo: si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él." San Juan XIV, 23. 

Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne bendecirnos, llenarnos de su amor maternal, fortalecernos en nuestras debilidades, consolarnos en nuestras aflicciones, y concedernos la perseverancia final. 


Dios te bendiga.



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