10 Jan
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Tomado del libro: Compendio de teología ascética y mística, del padre Adolfo Tanquerey, año de 1926, página 601, No. 925 al 929.


DE LAS SEQUEDADES.


“NATURALEZA. 

Las sequedades son unas privaciones de los consuelos sensibles y espirituales que favorecen la oración y el ejercicio de la virtud. A pesar de todo el trabajo que pongamos en la oración, NO SENTIMOS GUSTO EN ELLA, SINO, MUY AL REVÉS, ENFADO Y CANSANCIO; se nos hace muy largo el tiempo de ella; parecen estar dormidas la fe y la confianza, y el alma, en vez de estar despierta y alegre, vive en una especie de modorra: no hace cosa alguna, sino a fuerza de voluntad. Es ciertamente un estado muy doloroso; pero también tiene sus ventajas. 


FIN PROVIDENCIAL.

1º Cuando Dios nos envía sequedades, es para desasirnos de las criaturas, y hasta del placer mismo que hallamos en la piedad, para que pongamos todo nuestro empeño en amar a solo Dios, y por él solo.

2º Quiere también humillarnos, dándonos a conocer que no merecemos por nosotros los consuelos, sino que son dones esencialmente gratuitos.

3º Nos confirma en la virtud; porque, para seguir orando y haciendo el bien, es menester ejercitar con energía y constancia la voluntad, y así se robustece la virtud. 


COMO NOS HEMOS DE HABER EN TIEMPO DE SEQUEDAD.

1º Como las sequedades provienen a veces de nuestros pecados, hemos de examinarnos primeramente con mucha atención, pero sin excesiva inquietud, si acaso tenemos la culpa de ellas: 

a.- Por movimientos más o menos consentidos de vana complacencia o de soberbia; 

b.- Por una especie de pereza espiritual, o, por el contrario, por una actividad excesiva; 

c.- Por andar buscando consolaciones humanas, amistades demasiado sensibles, o deleites del mundo, sabiendo que Dios quiere para sí el corazón todo entero;

d.- Por falta de lealtad al director espiritual. 

Cuando hubiéremos hallado la causa de las sequedades, nos humillaremos y cuidaremos de quitarla 


2º Si no fuéramos nosotros la causa, conviene que saquemos mucho provecho de la prueba:

a.- Lo mejor para ello será convencernos de que servir a Dios sin gusto y sin deleite es mucho más meritorio que hacerlo con gran consolación; que basta querer amar a Dios para amarle ya, y que el más perfecto acto de amor es el de conformar nuestra voluntad con la de Dios.

b.- Para añadir nuevos méritos a dicho acto, no hay cosa mejor que unirnos con Jesús, el cual, en el Huerto de las Olivas, quiso afligirse y entristecerse por amor nuestro.

c.- Sobre todo, no hemos de desmayar jamás, ni quitar nada de nuestros ejercicios de piedad, de nuestra actividad, ni de nuestros propósitos; sino imitar a Nuestro Señor que, puesto en agonía, oró más largamente. 


UN CONSEJO PARA LOS DIRECTORES.

Para que esta doctrina acerca de las consolaciones y las sequedades la entiendan bien los dirigidos, es menester que el director la exponga a menudo; porque, aun con todo, PIENSAN LOS DIRIGIDOS QUE SON MEJORES CUANDO TODO LES VA A MEDIDA DE SUS DESEOS, Y NO CUANDO HAN DE REMAR CONTRA LA CORRIENTE; más, poco a poco, van entendiendo claramente la verdad, y, cuando saben ya no ensoberbecerse en el tiempo de las consolaciones, ni acobardarse en el de las sequedades, adelantan más rápidamente y con paso más firme.”




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