12 Jan
12Jan

“Las crónicas de San Francisco cuentan que un joven religioso tenía la buena costumbre de rezar todos los días, antes de la refección, la corona de la Santísima Virgen. Un día, por no sé qué casualidad, faltó a ella, y estando servida la cena rogó a su superior que le permitiese rezarla antes de ir a la mesa. 

Con este permiso se retiró a su habitación; pero como tardaba mucho, el superior envió un religioso a llamarle; y éste le encontró iluminado con celestiales resplandores y a la Santísima Virgen con dos ángeles carca de él. 

A medida que decía un Avemaría, una rosa salía de su boca y los ángeles tomaban las rosas una tras otra y las colocaban sobre la cabeza de la Santísima Virgen, que les testimoniaba su contentamiento. Otros dos religiosos enviados para saber la causa del retraso de sus compañeros vieron este mismo misterio, y no desapareció la Santísima Virgen hasta que terminó el rezo de la corona.” 


San Luis María G. De Montfort, El Secreto del Santo Rosario, Rosa VII.



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